
Cuando pensamos en “zonas erógenas” inmediatamente se nos representan los genitales, quizás los pezones, y de hecho eso es lo que aprendemos: algo así como que el placer está concentrado en uno, dos o tres “sectores”. Sobre todo los varones han aprendido que el placer se da y se recibe vía genital, lo que empobrece notablemente las posibilidades eróticas.
Cuando desarrollamos lo que llamo la “actitud erótica”, es decir la predisposición para explorar caminos diferentes a los que nos enseñaron y disfrutar de la mayor o menor intensidad de los estímulos que damos o recibimos, las cosas cambian. Es necesario despojarnos de la tiranía del orgasmo, entendida como el hecho de tener en mente sólo ese objetivo final. Concentrándonos en el placer de cada instante, gozándolo en su singularidad, es como llegamos a ampliar el mapa erótico.
Pero veamos algunas zonas de placer en las que vale la pena merodear. En las mujeres son bien atractivas las caricias suaves en la espalda, las que producen escalofríos casi orgásmicos. Las caras internas de los brazos y las piernas, así como los bordes del tronco, dan lugar a sensaciones que oscilan entre lo leve y lo intenso haciendo el “switch” en fracciones de segundo. Los hombros, las orejas y el cuello responden a mordidas sugerentes. Y definitivamente todo el cuerpo es sensible a la estimulación oral utilizando los labios, la lengua y los dientes. Lo interesante de todo esto es que zonas que usualmente descuidamos y menospreciamos por considerarlas alejadas de la posibilidad de placer intenso, resultan no solo preparatorias para el disfrute genital sino muy excitantes en sí mismas.
Pasando a la piel masculina, nos podemos encontrar con resistencias porque muchos consideran que el goce sutil o el que es producto del estímulo de ciertas zonas “no es cosa de hombres”. El apuro es otro factor que impide concentrarse en sensaciones más específicas. Pero superadas estas limitaciones encuentran que el solo hecho de postergar el sexo oral o el coito produce un sinfín de fantasías y aumenta la predisposición para el goce. En general existe una mayor reacción a una estimulación más fuerte, con mayor presencia de la oralidad que del tacto. Sin embargo se trata de investigar a fondo diferentes tipos de contacto, presión, temperatura y zonas específicas para sacar máximo provecho a la curiosidad erótica.
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